[...] Muchísimos años después este oficio de editora me ha dado la oportunidad de conocer a los defensores silenciosos de la literatura. Ésos a los que nadie nombra en las redes sociales, los que no reciben homenajes ni son objeto de titulares de prensa, los sufridos bibliotecarios de los pueblos.
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Conseguir que un niño lea es una tarea titánica, desde luego que sí. Pero conseguir que una mujer madura, sin estudios, y que ha entregado su vida a una familia y una casa que ya empiezan a volar por sí mismas dejando la sombra de la soledad en los botones del mando a distancia de la televisión, es casi un milagro. Se lo aseguro. Y estos bibliotecarios, que llevan sufriendo los recortes en cultura hace años, el capricho de los editores (mea culpa), y la falta de apoyo de una sociedad cada vez más inculta, organizan clubs de lecturas y actividades que sirven de miguitas de pan que marcan el camino de esa felicidad que da leer un buen libro.
He asistido a algunas charlas, e incluso he impartido algunas en muchas bibliotecas de nuestros pueblos. El público es escaso, eso sí. Pero con unas ganas de aprender, y un entusiasmo que ríanse ustedes de cualquier otro aforo de nuestra ciudad. Y ésa, no se engañen, es una de las mejores semillas para que este país avance.
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Artículo de Rosa G. Perea